C O N S E C U E N C I A S · 

C O N S E C U E N C I A S · 

C O N S E C U E N C I A S · 

C O N S E C U E N C I A S · 

C O N S E C U E N C I A S · 

C O N S E C U E N C I A S · 

Una noche de 2009, al salir de una bocamina, Cristina Auerbach se maravilló de la enorme luna que brillaba en el desierto. Las personas que la rodeaban no hicieron más que lanzar una fugaz mirada al cielo llena de indiferencia. Entonces, dice, decidió que se quedaría a vivir en Barroterán, uno de los pueblos de la región carbonífera de Coahuila, porque las vidas duras y las muertes constantes de los mineros habían creado un trauma tan profundo que la gente de estas tierras había perdido la capacidad de asombrarse ante un espectáculo que a ella la dejaba absorta.

Había conocido esta región la madrugada del 21 de febrero de 2006, dos días después de que una explosión de gas matara a 65 mineros en Pasta de Conchos, una mina propiedad de Grupo México. Era una defensora de los derechos laborales sin idea sobre minas. Cientos de personas se amontonaban en el lugar del siniestro, detrás de la verja y el cordón policial y militar. Había carpas católicas y carpas protestantes. Un predicador gritaba con un megáfono que los mineros se habían quedado sepultados por sus pecados y que solo la voluntad de Dios podía sacarlos. Representantes de la compañía y políticos lanzaban mensajes de calma sobre una plataforma, ataviados con impolutos cascos blancos. Los familiares escuchaban sobre el piso, que a su vez era el techo de esa mina convertida en tumba. Cristina Auerbach vio en una esquina a un señor mayor con la cabeza gacha, llorando, que se resguardaba de la gélida noche con una manta. “Se me quedó Antonio”, le dijo. Antonio era un rescatista que le había salvado la vida en otra ocasión. Ahora él había quedado sepultado.

Más de 3,000 mineros muertos

en estas tierras.

Hasta 150 km a la redonda

pueden ser cubiertos por los gases emitidos por las carboeléctricas.

900 kg de mercurio

provenientes de las carboeléctricas son depositados en los ecosistemas terrestres y de agua dulce de la región cada año.

Los gases que más emiten son

dióxido de carbono (CO2), óxidos de azufre (SOx), óxidos de nitrógeno (NOX), material particulado y mercurio.

“He leído poesía barata, mucha pagada por las propias empresas, que dice que las madres entregan a sus hijos a las entrañas de la tierra, las madres no entregan ni madres, los mineros se mueren por las condiciones de las minas”, dice Cristina Auerbach, ahora convertida en integrante de la Organización Familia Pasta de Conchos (OFPC), defensora de los derechos de los mineros y un dolor de cabeza para los empresarios del carbón.

Desde finales del siglo XIX, más de 3,000 mineros han muerto extrayendo el carbón de Coahuila de acuerdo con el registro realizado por OFPC. Los dos últimos, Fidencio de Jesús Gómez y Francisco Javier Rodríguez, en agosto de este año. El pasado junio murieron otros siete en una explosión en una mina en Rancherías, a media hora de Barroterán.

Cuando uno conversa con un minero es común que en algún momento te digan “dos centímetros más y usted y yo no estaríamos hablando”, en referencia a los habituales derrumbes de enormes piedras. Hablan de días enteros sin salir de la mina, de inundaciones, de subir las pendientes gateando, casi inconscientes por inhalar gases, de socorrer a compañeros mutilados. Pocos lo cuentan con miedo, algunos lo hacen, incluso, con cierto orgullo. La mayoría lo narra con ese estoicismo que desarrolla un cirujano en una mesa de operaciones. Son gajes del oficio. Cada uno tiene una historia individual de dolor y todas juntas forman un trauma regional. El hito de la tragedia en Barroterrán, es la explosión de una mina en 1969 en la que murieron 153 personas, que llegó a ocupar la portada de la revista Life. En aquel entonces representó casi un tercio de la población del pueblo.

La narrativa heroica deja de lado la angustia cotidiana de las familias. Las esposas solo tienen un papel cuando se convierten en viudas. Pero cada amanecer, en el momento que sus maridos van a la mina, muchas encienden el radio con la esperanza de no escuchar la noticia sobre un accidente hasta su regreso. Para las familiares el carbón es un mal inevitable: un medio de sustento, pero sobre todo angustia.

La noticia de la explosión de Pasta de Conchos ya estaba en los medios locales cuando Elvira Martínez Espinoza, que trabajaba como funcionaria, recibió la llamada de su hija mayor. Hasta el día del siniestro Elvira no sabía en qué mina trabajaba Vladimir Muñoz, su esposo. Vladi, como le llamaba, había tenido la oportunidad de dejar la minería, pero nunca quiso. Elvira Martínez tardó un año en entender que su esposo no regresaría. Era una mezcla de desconocimiento, negación y fe en un milagro. Pero un día su hija pequeña le dijo que la mina también se estaba llevando a su mamá, que se involucró en la búsqueda de justicia con otros familiares de Pasta de Conchos y Cristina Auerbach. “Hubo un tiempo en el que ya no me sentía yo misma”, dice.

Las muertes de los mineros son las consecuencias negativas más visibles de la minería de carbón, pero no son las únicas que afectan a la región. Unas 430 personas al año mueren en Coahuila por la mala calidad del aire generada por la industria carbonífera. Alrededor de 900 kilos de mercurio son depositados en los ecosistemas terrestres y de agua dulce en un área que sufre sequías crónicas.

“Hace falta un cambio de narrativa, ¿por qué no podemos llamarnos la región del sol si eso es lo que nos sobra?”, dice Cristina Aurbach. “Yo cerraría todas las minas, para mí el carbón significa angustia, pero primero pensando en los mineros, en la gente de aquí”.

Descarga estos estudios para saber más

Impactos sobre calidad de aire y salud (CREA)Impactos socioambientales (ICM y CCC)