En Coahuila, al noreste de México, nacieron cinco municipios porque en ese territorio se encontró carbón. De sus minas se extrae el 99% de la piedra negra en México. El negocio alrededor de este combustible ha matado a más de 3,000 mineros, destruye la tierra, contamina el aire y los ríos, causa enfermedades y, a la vez, es el sustento para miles de personas que cada día se arriesgan para alumbrar nuestras casas.
La crisis climática exige una transición justa en la que, por nuestro futuro, este combustible fósil quede en el pasado como forma de energía. En un paisaje de agujeros en la tierra y montañas grises, plazas presididas por estatuas en honor a los mineros como si se trataran de soldados caídos en combate y barrios bautizados con nombres de minas, algunas ya extintas, los habitantes de la región carbonífera de Coahuila enfrentan el ocaso de la razón de ser de sus pueblos.
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Un minero sabe que entra en la mina, pero no sabe si va a salir. Esta frase se convirtió en mantra en Coahuila desde finales del siglo XIX, cuando los carboneros y paleros llegaron a estas tierras para alimentar al ferrocarril. El carbón, sin embargo, ya estaba en el ADN de la región. La ciudad fronteriza de Piedras Negras debe su nombre al combustible. La industria carbonífera extrae el carbón básicamente de dos tipos de minas: las grandes, menos inseguras, pero que están en crisis y cada vez cierran más, y las pequeñas, cuevas donde uno de los oficios más peligrosos del mundo se ejerce sin apenas medidas de seguridad. A veces la mina es un simple pozo donde el minero baja a cientos de metros de profundidad a bordo de un cubo.
La minería es el eje económico e identitario de Coahuila. 3,000 familias dependen directamente del carbón y casi 11,000 empleos indirectos. A pesar de la crisis y la precariedad de estos trabajos, para muchas comunidades la industria carbonífera todavía es el único modo de supervivencia.
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Los mineros extraen el carbón en su gran mayoría para dos fines: la generación de energía y la producción de acero. El municipio de Nava es hogar de dos de las tres carboeléctricas de México. Juntas producen el 40.8% de la electricidad de Coahuila mediante la quema de este combustible y consumen casi la mitad de todo lo extraído. Su vida útil se termina en 2030. Más de 6,000 puestos de trabajo dependen de su funcionamiento. La gran empresa siderúrgica, Altos Hornos de México, evalúa declararse en bancarrota entre las acusaciones de sobornos y corrupción en contra de su presidente, Alonso Ancira.
En 2020 las carboníferas emitieron el 10% de los gases de efecto invernadero del sector eléctrico a pesar de solo producir el 4% de la electricidad.
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La extracción y quema del carbón mata a sus mineros, la tierra, el aire y los ríos. 3,122 mineros han muerto en estas tierras en más de 300 siniestros laborales. Las emisiones de esta industria contaminan tanto el aire que en Coahuila 430 personas mueren al año por enfermedades respiratorias. Entre los residuos que genera, unos 900 kg de mercurio son depositados anualmente en los ecosistemas terrestres y de agua dulce.
“La mina te da mucho, pero te lo quita todo”.
Alonso Armando González. Minero durante 23 años.
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Una transición energética justa lejos del carbón es económica y tecnológicamente viable, pero en el centro están las miles de familias que todavía dependen de este combustible. Mujeres, que históricamente han sido retratadas sólo como viudas, jóvenes, que no quieren seguir los pasos de sus padres, mineros, que tampoco quieren que sus hijos sigan la tradición, y empresarios, que enfrentan la crisis del negocio, analizan qué significa el carbón y reflexionan sobre el posible futuro de un pueblo minero sin minas.
México asumió compromisos climáticos nacionales e internacionales para acabar con las carboeléctricas en 2030, pero las políticas energéticas van en otra dirección y no existen medidas sociales ni económicas para proteger a los trabajadores de esta industria el día que se apague el carbón.